Dongui me recuerda a Tiziano Terzani, cuyo hijo escribió el bestseller “El fin es mi principio”. Este libro trata de un hombre viejo y sabio, el padre, que se prepara para su cercana muerte, en su casa en las montañas de Pistoia en Italia. Volviendo la vista atrás recuerda su vida prospera, los años de recorrer el mundo, todas las experiencias que ha vivido y las conclusiones espirituales a las que ha llegado. Es un hombre que emite una gran paz interna, un hombre que está completamente en armonía con la naturaleza y no necesita nada más para ser feliz que las cosas elementales que le rodean.
Pacífico Colombiano
Disfrutar del salto de una ballena es un momento emocionante y único que hará que llegar hasta este lugar alejado de la civilización haya merecido l...Leer más
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También Donghi tiene un hijo, Memo, con el cual se ha mudado a la costa del pacifico en Colombia, para construir un lodge y ofrecer alojamiento a los amantes de la naturaleza. Realmente un trabajo para pioneros, porque los palafitos tienen que adaptarse totalmente a su entorno, conservar la naturaleza (por ejemplo no se emplean hojas de palmera para la construcción del tejado) y ofrecer confort al mismo tiempo. Finalmente llegan los primeros huéspedes y Donghi habla durante toda la noche con ellos sobre las maravillas de la tierra, muchas de las cuales acaban de ver esa misma tarde. A lo largo de los 1.300km de la costa del pacífico de Colombia se encuentra la segunda biodiversidad más densa por km2 de nuestro planeta. Animales autóctonos como por ejemplo el alcatraz patiazul o la rana venenosa de dardo son más fáciles de encontrar aquí, porque hasta ahora casi ningún hombre se pierde en este rincón de Colombia. Supongo que la razón principal es que los europeos mal interpretan la información sobre la seguridad de la zona. No es de extrañar porque incluso el Ministerio de Asuntos Exteriores desaconseja generalizadamente los viajes a la región de Chocó presumiblemente pensando más en el descarado que aspira a vencer la jungla con el machete que en un viajero prudente. La costa alrededor de Nuqui no es accesible vía terrestre. El viaje se hace en una avioneta y luego en barco. Durante la primera media hora de la travesía estoy conmovido de toda la tranquilidad que emite Memo y el panorama por el que pasamos volando. Memo se ocupa ahora del timón. Nos habla de la vida pacífica y tranquila en este rincón del mundo. ¿Peligroso? Memo se ríe. Conoce los reparos que tienen algunas personas antes de venir, pero que desaparecen como muy tarde cuando la barca está llegando al muelle. Como una muestra de todo lo dicho algunos delfines se han reunido alrededor de la barca para saludarnos. Ahora se empieza a notar también la humedad así que guardamos rápidamente toda la ropa que antes nos protegía de las temperaturas bajas de Bogotá. En un despiste se me cae el móvil al mar despeidiendose para siempre, pero ¡quién necesita un teléfono en este mundo lejano! (de todos modos, casi no hay señal). Nana, la mujer de Memo, nos saluda cordialmente. También conocemos a Silvia, una empleada afroamericana muy guapa que acaba de bajar una fuente con fruta fresca del pabellón. Es casi imposible resistirse al impulso de hacer una foto-shooting extensa. Por la tarde damos un paseo por la playa al pueblo cercano. Es maravilloso, con las sandalias en la mano, a la derecha el mar, a la izquierda la densa selva, ambos hasta donde alcanza la mirada – y nada más. Cuando después de una hora, llegamos al pueblo, nos saludan desde unas palmeras con cocos abiertos con pajitas. Memo y sus huéspedes siempre son bienvenidos, ya que el carismático colombiano ha hecho mucho por el pueblo. Para él es muy importante que la población local, que desciende mayoritariamente de los indios Embera, conserve y desarrolle su cultura. La lejanía de la costa del pacifico tiene muchos beneficios: Agricultura tradicional, caza y pesca, organización social y política… todo eso se ha mantenido intacto y alejado de influencias civilizadoras. Aquí se lleva más el hombre moderno que busca las cosas sencillas y al que veremos un poco más tarde de pie encima de una tabla de surf de remo. Es Nana, que está haciendo deporte delante del brillo del sol poniente. Me subo ensimismado a mi cabaña y me limpio en la entrada la arena de los pies. Cuando levanto mi mirada veo la cara sonriente de Silvia. Acaba de encender el candil de mi habitación y me ha traído un jugo de lula. No puedo resistirme a esta invitación, cojo un libro y disfruto de la brisilla que entra por el agujero cuadrado dónde en la vida normal se encontraría una ventana (aquí unas cortinas son suficientes para la privacidad). Un poco más tarde, nos sentamos para cenar en el pabellón que se encuentra en el punto más alto de la propiedad. Las vistas son espectaculares, en agosto y septiembre se pueden ver desde aquí los saltos de las ballenas. La atracción de esta noche es mero en salsa de maracuyá. Ya en la comida se nos deshacía la merluza con arroz de coco en la boca. Hace unos años, la guía Lonely Planet estaba tan entusiasmada con la cocina del lodge, que la declaraba como una de las mejores de Colombia. Escuchamos las historias de Memo sobre las posibilidades de excursiones por el entorno (nosotros mañana vamos hacer una caminata por la selva que promete mucho sudor) y nos asombramos con las fotos que ha hecho de sus inseparables compañeros animales. Peces vela, tiburones ballena, mantas raya, atunes de aleta amarilla, delfines de nariz botella y ballenas jorobadas nos hacen prometernos venir la próxima vez con más tiempo para bucear y hacer snorkel. De postre nos sirven una arequipa deliciosa, un postre típico colombiano, y una botella de vino. Lo último no es realmente barato, pero se perdona porque la han tenido que traer vía aérea y marítima desde Medellín.
Como decía siempre el padre de Memo Donghi: “Es mejor tener amigos que dinero“. Nosotros estamos completamente de acuerdo, pero si además uno puede brindar con sus amigos con una copa de vino, es un final del día… simplemente perfecto.