“¡Pero si el tango es argentino!” Mis amigos me miraron como si estuviera loco cuando les propuse ir esa noche a bailar tango a un local de la ciudad. Estábamos cenando en el centro de Medellín, terminando con dificultades una buena bandeja paisa con frijoles, arroz, carne picada, huevo, plátano frito, chorizo, aguacate y patatas. Pensábamos en lo que íbamos a hacer esa noche entre todos los planes que nos ofrecía la ciudad: una obra de comedia en el Teatro Prado, una película en el Parque de los Deseos… o el tango. Aproveché la incredulidad de mis amigos para contarles que Medellín es la segunda capital mundial del tango después de Buenos Aires y que aquí falleció Carlos Gardel, el exponente más importantes del Tango de la época, en un accidente aéreo en 1965. Hay una estatua que lo recuerda y en la Avenida Carlos Gardel está su casa-museo.
Medellín
Medellín es una ciudad de fundación relativamente moderna, debido a la resistencia de la vecina Santa Fe de Antioquía, a la sazón capital de la regi...Leer más
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Así que nos decidimos por el tango. Fuimos a la zona que al parecer estaba más de moda: el Parque Llera, en el barrio de El Poblado, donde se junta una amplia oferta de locales. Hicimos un ridículo espantoso. Los tres sabíamos de tango el paso de coger fuerte a tu pareja, extender el brazo y andar de un lado a otro con la rosa en la boca. Eso fue lo que hicimos hasta que unas chicas colombianas nos sacaron a bailar. Se supone que es el hombre el que debe llevar a la mujer, pero aquí era al revés. A pesar del ridículo y de las risas de las chicas, lo pasamos muy bien aquella noche en Medellín.
Fue un fin de fiesta perfecto a un día en el que habíamos descubierto una ciudad muy sorprendente. Medellín tiene una apariencia mucho más moderna que otras ciudades de Colombia, con enormes edificios de cristal como la biblioteca España, largas y amplias avenidas, un transporte público que funciona de maravilla y que incluye el famoso Metrocable, una especie de teleférico que surca los cielos comunicando los barrios que se encuentran en los cerros. Uno se siente en una ciudad importante y próspera cuando pasea por Medellín.
Y te sientes seguro. Ese era uno de los miedos que teníamos al llegar a Colombia, y en concreto a Medellín. Nos dijeron claramente algunos barrios ubicados en los cerros donde era mejor no subir. A parte de eso, tomando algunas precauciones básicas comunes a cualquier otra ciudad de Latinoamérica (no llevar objetos de valor ni grandes sumas de dinero en efectivo, no aceptar paquetes ni objetos de extraños), nos movimos con total tranquilidad por la ciudad.
El de las bibliotecas es un concepto cuanto menos curioso. La mayoría de ellas, al menos las más modernas, están ubicadas en parques con grandes explanadas de césped. Es lo que llaman Parque-Biblioteca. Parece que te dan a elegir entre leer dentro del edificio o leer en el parque.
Comenzamos nuestro paseo en el parque El Berrío, que nos habían dicho en el hotel que es el centro neurálgico de la ciudad. Llegamos a la Plaza Mayor, con el Palacio de Exposiciones y el Teatro Metropolitano, que por fuera parece una fábrica. Aquí encontramos una de las famosas esculturas orondas de Fernando Botero, el artista colombiano de mayor renombre. Botero nació en Medellín (aunque su museo está en Bogotá) y legó gran parte de su carismática obra a su ciudad natal. En un lado de la Plaza se extiende el Parque de los Pies Descalzos, tan real y divertido como indica su nombre. Montones de fuentes nacidas del suelo, componiendo diferentes chorros, que aportan muchas risas y un momento refrescante en una ciudad que en verano puede alcanzar los 35 grados. Además hay un jardín zen y un bosque de bambú. Todo ellos para recorrerlo descalzo.
Después de una hora y pico andando decidimos cambiar nuestro paseo a pie por un paseo en metro. Las distancias en Medellín son muy largas. Se extiende de norte a sur siguiendo el curso del río que le da nombre y que permite unas panorámicas muy bonitas de los puentes, los edificios dispuestos en las orillas, e incluso piragüistas remontando el curso del río. Tuvimos pues que decidir bien adónde iríamos.
Teníamos clara la subida al Cerro Nutibara para ver las mejores vistas de Medellín y visitar el Pueblito Paisa, una representación de un pueblo tradicional de la región de Antioquia, de la que Medellín es capital. Hicimos casi cien fotos a las casitas blancas, las ventanas de colores y los rincones que nos mostró Alejandro, nuestro guía, con el que aprendimos mucho sobre la historia y la cultura antioqueña, que ellos llaman paisa, como la bandeja de comida que nos cenamos. Allí estaban el ayuntamiento, la barbería, la escuela, la plaza central con su fuente de agua y la iglesia. Además se podían comprar artesanías típicas de Antioquia como collares, anillos y mochilas, y probar dulces típicos de la región. Al final de la visita nos quedamos hablando con Alejandro y nos recomendó que volviéramos por la Feria de Flores, a primeros de agosto. Se trata de la fiesta más importante de Colombia, en la que Medellín saca a la calle toda su tradición floral para mostrarla en desfiles y eventos varios. Los artesanos de las flores hacen creaciones preciosas, la ciudad se inunda de colores vivos y se vuelve aún más divertida si cabe.
Esa tarde, hojeando unos folletos en la oficina de turismo, nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que podíamos hacer si nos quedáramos unos días más. Podíamos haber aprendido mucho más con las instalaciones interactivas que hay en las bibliotecas, o incluso haber salido de la ciudad para pasear por el Parque Arví, un bosque lleno de arroyos preciosos a apenas 20 minutos de Medellín y conectado por el Metrocable.
Al día siguiente, esperando en el aeropuerto el vuelo que nos debía llevar a Santa Marta, al Caribe colombiano, todos teníamos una gran sonrisa en la boca recordando lo bien que lo habíamos pasado en Medellín, riendo con las anécdotas del día anterior y viendo vídeos en el móvil sobre la Feria de Flores, un motivo más para volver a Medellín.